Te espero, en el lugar donde los sueños pueden dejar de serlo.
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viernes, 27 de abril de 2018

El sonido de su risa


Aquel sonido, aquella risa… De pronto mi mundo perdió todo su equilibrio. 
Aquella música me atravesó como un puñal de acero, haciendo que oscilara a causa de su impacto. Era tal la colisión provocada, que no deseaba nada más que volver a sentirla, volver a percibir las notas que conformaban el sonido de su risa. Porque cada vez sonreía, su sonrisa provocaba la mía, como si fuera el reflejo de un espejo.
Toda ella me fascinaba: su voz, sus gestos, sus elegantes y ágiles movimientos. Era como el aire que respiraba, si me alejaba de ella podría morir en el intento de alejarme de lo que me mantenía vivo, cuerdo. Pero por más que intentara alejarme, había un sentir que se negaba a irse. Un solo segundo a su lado bastaría para soportar mi eternidad.
También tuve la bendición de poder contemplarla desde diversos ángulos posibles. Bajo la luz del sol, bajo el brillo de la luna. Y me di cuenta, al observarla, de que aquellos profundos ojos pardos tomaban una preciosa tonalidad amarilla cuando se encontraban bajo cierto ángulo mientras la luz del sol bañaba su rostro. De que se tocaba el pelo cuando se encontraba nerviosa o agitada. Y también me di cuenta de que, aquel hoyito que pasaba casi desapercibido en su barbilla, se acentuaba cada vez que sonreía.
«Dios mío… ¡Es tan bella!», pensaba cada vez que mis ojos se perdían entre aquella angelical belleza. Y entonces sentía de nuevo aquel miedo ante lo que estaba sintiendo. Nunca me había ocurrido eso, semejantes sensaciones manifestándose en mi interior como un torbellino que hacía vibrar cada rincón de mí y del cual me encontraba preso. Tambaleaba mi ser, desequilibrando mi mundo interno.
Decidí zambullirme en cada uno de los sentimientos que me causaba. Solo conocía un breve fulgor que escapaba por las rendijas de las puertas, donde escondía cada uno de mis secretos sentimientos. Abrí la puerta y, con miedo, me sumergí en ellos. Y lo que vi, me asustó por completo. Estar cerca de ella es como un cielo en mitad de las ruinas de mi propio infierno. Como agua en un desierto, como pan que anhela el hambriento, como la luna, tan visible y tan lejana, perdida en la infinidad del cielo.

Para explicarme mejor podría decir que hay momentos en la vida que lo cambian todo. Instantes capaces de hacer que en un solo segundo tu destino cambie radicalmente de rumbo haciendo que en tu brújula, el sur se convierta en norte. Ese instante nació ante mí, apareció ante mis ojos porque ella fue su detonante. Antes de su llegada, yo era como una veleta reposada en un lugar fijo, eterno. No había norte ni sur, pues no existía un solo sendero, pero llegó ella, y, de pronto, apareció un camino que cambió mi mundo y su sentido por completo.
Las agujas del reloj parecían avanzar de nuevo, al igual que los latidos en mi pecho.
Y entonces supe que tenía dos opciones: luchar con el objetivo de ganar, o huir y hacerlo para siempre.
Y en ese momento decidí huir. Pero no de allí, sino de mí misma, de mis sentimientos. Huir de mí para encontrarme, encerrar mis sentimientos bajo llave y esconderla en el más oscuro e inaccesible lugar donde jamás pudiera acceder nadie.